Una de las ventajas del lugar al que me mude este año es que está lleno de luz y el sol entra por todas las ventanas toda la tarde. Me encanta la perspectiva de un departamento muy bien iluminado porque eso ha permitido que mi colección de plantas aumente considerablemente. Siempre me ha gustado tener plantas, pero en los lugares donde había vivido no había suficiente sol y en consecuencia era difícil tener a muchas de ellas. Pero aquí es otra historia, y desde que llegué varias plantas se han sumado. Tener plantas de interior es un reto interesante por un lado es maravilloso ver con cuanta energía pueden crecer si tienen las condiciones adecuadas, pero por otro implica todo un desafío cuidarlas correctamente. Una de mis plantas en particular tiene toda una historia de supervivencia, por alguna razón es un imán para las plagas y se ha infestado con pulgones en más de una ocasión. He intentado mantenerlos alejados con varios remedios naturales, pero no siempre han funcionado bien, y si me descuido un poco la pobre termina tan llena de pulgones que es necesario podarla. Desde que está conmigo esa planta ha sido podada por completo al menos tres veces, la última vez tuve que ser bastante drástica y técnicamente terminó siendo sólo unas cuantas varas.
Lo que siempre me ha llamado la atención de esa planta, y la razón por la que no dejo de insistir con ella, es que es una verdadera guerrera, no importa cuanto la pode, al final vuelve a retoñar e incluso vuelve a dar unas hermosas flores rosas. Me impresiona mucho su capacidad de recuperación porque yo he temido más de una vez que no soporte la poda, sin embargo, ella vuelve a crecer. Creo que entiende que para poder seguir adelante y crecer, tiene que dejar ir esas hojas que no están saludables y que sólo la enferman. Así que yo también he aprendido a podarla sin miedo y a estar segura de que es la mejor forma de ayudarla a retoñar.
A veces nosotros también tenemos hojas enfermas que no nos permiten crecer y que sólo absorben nuestra energía. Esas hojas enfermas pueden ser malos hábitos, relaciones, historias del pasado, creencias, heridas no sanadas, y un largo etcétera. Cuando una hoja no está bien, tenderá afectar a las otras y si no estamos atentos puede que terminé infectándolo todo. Por ejemplo, si por alguna razón terminamos una relación y nos quedamos con la idea de que fueron injustos con nosotros, comenzamos a construir una historia de lo mal que nos trataron y a partir de ella asumimos creencias como que las relaciones siempre terminan mal o que nadie ha sufrido tanto como nosotros. Estás ideas ocupan tal espacio en nuestra cabeza que es muy difícil que algo nuevo pueda entrar en ella. Es una regla básica de la física: dos cuerpos no pueden utilizar el mismo espacio al mismo tiempo. Por lo tanto, hasta que no dejemos ir esas historias o esas creencias, esas hojas enfermas, no podremos darnos la oportunidad de crear algo nuevo y nos estamos cerrando a las oportunidades.
Las hojas enfermas no siempre son fáciles de detectar, en algunas ocasiones están muy escondidas en nuestro inconsciente o en nuestra historia personal. Pero cuando las descubrimos a tiempo, las observamos, podamos y las dejamos ir podemos recuperar toda esa energía y despejar todo el espacio que ocupan para generar hojas nuevas, más verdes y resistentes. Eso no significa que no duela perder esas hojas, que no implique un proceso de duelo y que no tengamos que darnos el tiempo para sanar los cortes. Pero podar sin miedo a veces es necesario para avanzar y seguir creciendo, de otra forma aquello que nos daña prevalece y se extiende a otras áreas de nuestra vida. Aprender a soltar es un reto, pero cuando veo a esa planta retoñar, me recuerda lo importante de ser resilientes y saber cuando hay que deshacernos de aquello que nos enferma para volver a retoñar y ser un poquito más sabios.
Gracias por leerme, hasta la próxima semana.