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Tu camino es siempre tuyo

Cambiar a la secundaria fue un momento bastante complejo para mí, mi escuela primaria era muy pequeña, mi grupo del último año era sólo de 10 niños, y todos nos cuidábamos mucho. Entrar de repente a un grupo de 40 alumnos fue un cambio muy radical que implicó un reto para mí, sobre todo porque había muchas cosas en la dinámica del grupo que no terminaba de entender. Hubo una ocasión en especial que me generó mucha confusión interna y que años después me dio mucho que pensar. Sucedió que el grupo de niños más popular en mi grupo se sumió en la extraña tarea de clasificar a las niñas, calificarlas y ranquearlas en una lista. Resulta que nos pusieron un número de acuerdo con lo bonitas que nos consideraban y que tan bien cumplíamos con ciertos atributos. Había un número para las piernas, para los brazos, para la cara, los labios, etc, etc. Al final incluso nos habían dividido por partes para crear a la versión perfecta del grupo, que incluía ciertas partes del cuerpo de una, el cabello de otra, las pestañas de alguien más y así.

Aquella extraña lista terminó de alguna manera en nuestras manos, y todas nos enteramos de nuestro lugar en ella. Recuerdo haberme sentido sumamente extraña de ser comparada con mis compañeras, no entendía el objetivo y mucho menos porque a raíz de eso se suponía que teníamos que observar más como nos arreglábamos y lo que hacíamos para “subir” en la lista. Tengo claro que aquella ocasión fue la primera vez que tuve total conciencia de estar siendo comparada con otras y que aquello generaba una competencia extraña, con la que no me sentía cómoda en absoluto. El efecto fue extraño, porque hubo quien realmente se preocupó por ese número y los siguientes días vino con la falda más corta o maquillaje. Para mí el objeto de aquella lista me pareció absurdo y no hice mucho caso al respecto, me parecía muy poco importante y traté de ignorarla tanto como pude, hasta que hubo un nuevo tema del que hablar y la lista quedó en el olvido.

Sin embargo, la experiencia de ser comparada ha vuelto a repetirse más de una vez, siempre hay alguien que quiere demostrar que cierta forma de hacer las cosas, cierta forma de verse o cierta forma de pensar es mejor que otra. Las listas ya no necesariamente se centran en la apariencia, ahora hay cosas como cuántos hijos tienes, cuántos grados académicos, cuánto ganas, que ropa usas… todo es susceptible de ser usado para decirte que eres muy viejo, o muy joven para algo. Que “deberías” ir en cierta etapa o “tendrías” que tener ciertas cosas porque “se está pasando el tiempo” o “ya no eres tan joven” o porque el contrario que “no debiste”. Dependiendo de quien haga la lista puedes considerarte exitoso o un verdadero fracaso. Dependiendo de quién te esté comparando, tu vida va por buen camino o estás totalmente perdido.

Cuando estos juicios se te atraviesan es muy fácil sentir que estás haciendo algo mal, sobre todo si los otros en efecto parecen ser más exitosos que tú o si estás pasando una etapa en que todo parece estar de cabeza. Entonces sientes una necesidad de cumplir con los parámetros y “subir” en la lista, más aún si quien realiza las comparaciones eres tú mismo. Sin embargo, el éxito es tan relativo y significa tantas cosas diferentes que jamás podrá ser una balanza objetiva. Cada camino es diferente, cada persona tiene lecciones distintas que aprender, fracasos que cometer y un proceso propio que vivir. Ningún camino es mejor o peor, y cada quién tiene sus momentos perfectos para sus propias experiencias.

Hacer caso de estás comparaciones sólo nos resta poder sobre nosotros mismos, porque comenzamos a definirnos en función de esos parámetros externos y no de los nuestros, que son los que verdaderamente importan. Tu éxito depende de ti y está definido en tus términos y bajo tus propias métricas, y éstas siempre pueden cambiar conforme evolucionas. Tus procesos no tienen por qué ser como los de otros, la historia está llena de ejemplos de personas que han redefinido de sus vidas en momentos totalmente distintos, y han vivido en plenitud retando esas convenciones sociales y esos parámetros externos. Lo importante es no tener miedo de apropiarnos del mapa y guiarnos hacia donde queremos ir, después de todo el camino es siempre tuyo.

Gracias por leerme, hasta la próxima semana