Mi padre nunca ha tenido un gran apetito, por ello cuando yo era niña nunca me obligo a terminarme la comida. Su argumento era que no había porqué forzarme a comer más de lo que yo necesitaba, y como yo también comía poco como él, siempre tenía la opción de decir cuanta comida quería y cuando me sentía satisfecha podía sólo decir “ya no quiero” y no había más drama de por medio. Esta práctica tan cotidiana en mi casa no era para nada común en otros lados. Recuerdo una vez que me tocó ir a casa de mi tía, ninguno de mis papás estaba conmigo así que a la hora de la comida mi tía sirvió las porciones que ella consideró adecuadas, y cuando yo dije “ya no quiero” no hubo una respuesta afirmativa. Esa tarde tuve que hacer mi mayor esfuerzo por terminar el plato, y el resultado fue terrible. Aquella noche la pasamos todos en vela, pues mi estomago decidió que no quería nada extra y me tuvo vomitando hasta entrada la madrugada. Lo que aprendimos de esa experiencia fue que yo debía ser más clara al decir que no y ninguna de mis tías volvió a obligarme a comer de más.
Recordar esta anécdota me hace tener presente que un “no” a tiempo puede evitarte un muy mal rato. No siempre es fácil decir que no, sobre todo porque muchas veces se nos enseña que una negativa no es ser cordial y que si eres amable no puedes decir que no. Sin embargo, no hay nada más alejado de la verdad. Decir que no a algo que sobrepasa un límite personal o laboral, es la mejor forma de respetarte y de respetar a otros. Por ejemplo, es muy común cuando comenzamos a trabajar, y más si trabajamos por nuestra cuenta, decir que sí a todo lo que pida el cliente, y aunque a veces podamos resolverlo, ésta práctica en el largo plazo implica muchos conflictos, y tienen un costo alto en términos de salud y credibilidad, pues hace que se desvalore tu trabajo y tampoco permite que entregues lo mejor de ti. Por ello es importante tener en cuenta que las negociaciones ayudan a encontrar un punto medio, pero siempre poner límites claros permite evitar malas experiencias.
Para establecer límites es necesario tener un buen conocimiento de ti mismo, pues es lo que te ayuda a decidir qué cosas son importantes para ti y que por consiguiente entran dentro de la esfera de aquello que no es negociable, y en qué cosas puedes ser más flexible. Esto aplica en todos los aspectos de nuestra vida, desde nuestras relaciones personales, nuestra alimentación, nuestras rutinas, nuestras relaciones laborales, nuestra vida sexual y todo aquello que nos implique de alguna manera. Una vez que tenemos nuestros límites definidos es mucho más sencillo comunicarlos y ser asertivos en el momento que tenemos la necesidad de decir que “no” cuando por alguna razón se supera alguno de esos límites.
Tener límites claros no sólo te ayuda a mantener mejores relaciones con otros, sino que además mejora tu relación contigo mismo, pues te permite ser fiel a tus intenciones y deseos, y sin duda, tiene un impacto positivo en tu amor propio. Cuando cedemos ante otros y permitimos que se superen nuestros límites, perdemos nuestro poder personal pues estamos dando el control de lo que nos corresponde a otros y rompemos las barreras que protegen lo que es importante para nosotros. Por ello, aprender a decir no en el momento adecuado es parte de aprender a cuidar de nosotros mismos.
Dar una negativa no tiene por qué ser sinónimo de una descortesía o implicar una mala educación. Decir “no” de manera asertiva, sin violentar y con claridad debe ser una práctica que no debería asustarnos, pues es a partir de respetar los límites propios y de otros que las relaciones se enriquecen, reconociendo al otro en su individualidad y su valor personal. Aprender a poner límites, a comunicarlos y respetarlos, nos ayuda a cuidar los aspectos importantes para nosotros. De esta forma, ser leales a nosotros mismos nos permite ser auténticos, manteniendo nuestro rol principal sobre nuestra vida, lo que no deja compartir lo mejor de nosotros.
Gracias por leerme, hasta la próxima semana.