Cuando estaba en la preparatoria, mi profesor de literatura nos compartió unos párrafos de Alicia en el país de las Maravillas, de Lewis Carroll, para trabajar en clase. El fragmento es un diálogo entre Alicia y el gato de Cheshire, cuando ella se encuentra con una bifurcación de caminos y necesita saber qué camino tomar, el diálogo dice así:
“…El Gato se limitó a sonreír al ver a Alicia. Parece bueno, pensó Alicia; sin embargo, tiene uñas muy largas, y muchísimos dientes, así que comprendió que debía tratarlo con respeto.
-Gatito, gatito- dijo, un poco tímidamente, ya que no sabía si le gustaba que le llamasen así; pero al Gato se le ensanchó la sonrisa. Ante esto, Alicia pensó: “Vaya, de momento parece complacido”, y prosiguió
– Te importaría decirme, por favor, ¿qué camino debo tomar desde aquí?
– Eso depende en gran medida de adónde quieres ir- dijo el Gato.
– ¡No me importa mucho adónde! – dijo Alicia.
– Entonces, da igual la dirección –dijo el Gato. Añadiendo -¡Cualquiera que tomes está bien!-
-¡Gracias! -añadió Alicia a modo de explicación.”
Este pequeño fragmento se quedó conmigo desde ese entonces y viene a mi mente cada vez que hay que tomar una decisión, sobre todo si son importantes. Si lo pensamos un poco, todo el tiempo nos encontramos en alguna bifurcación de caminos, todo el tiempo estamos eligiendo un camino sobre otro y muchas de las decisiones que tomamos las hacemos un poco como Alicia, sin saber realmente a dónde vamos. Sin embargo, estamos decidiendo, consciente o inconscientemente.
Todas nuestras decisiones tienen lo que en economía llaman un costo de oportunidad, es decir, aquello que decidimos no obtener al elegir la otra opción. Por ejemplo, si estoy decidiendo el sabor de mi helado, y elijo el de chocolate, mi costo de oportunidad son todos los sabores que no estoy eligiendo. Este costo de oportunidad es lo que hace tan difíciles algunas decisiones, porque a veces no queremos perdernos la posibilidad de tener todas las opciones, sin embargo, las decisiones siempre implican dejar de obtener aquello que no elegimos. Hay costos de oportunidad que pueden ser menos importantes, sobre todo cuando estamos eligiendo entre opciones muy parejas, pero hay costos que pueden representar un parteaguas en nuestra vida.
Entender que toda decisión implica dejar de escoger una o más opciones nos hace ser mucho más cuidadosos, pues significa hacernos responsables, no sólo de aquello que decidimos, sino que también de aquello que no elegimos, y asumir las consecuencias de ello. Tener esto en mente cuando decidimos algo, nos permite que una vez que la decisión fue tomada, no caigamos en arrepentimientos o reclamos a uno mismo. Cuando sabes que el costo de oportunidad existe en una decisión, la sopesas de una forma diferente, y tener claridad de tu destino se vuelve más importante. Pues el saber a dónde quieres llegar te permite encontrar cuál es tu mejor opción en cada decisión, enfocándote en aquellos caminos que te llevan con mayor seguridad a tu destino.
Cabe decir que a veces podemos elegir un camino al igual que Alicia, sin saber con claridad a donde queremos ir, y esto no necesariamente implica una tragedia pues de esa incertidumbre pueden surgir aventuras que nos saquen de nuestra zona de confort y nos permitan crecer. Lo importante es entender que siempre estamos tomando decisiones, incluso cuando no queremos elegir, y esas decisiones tienen precios no sólo en aquello que elegimos sino en lo que dejamos. Mejorar la calidad de nuestras decisiones depende de saber entender las opciones con las que contamos y mirarlas con un ojo suficientemente crítico. Los caminos que tomamos construyen nuestro presente y nuestro futuro, por ello en cada bifurcación es bueno detenerse a pensar, y asegurarnos de que aquello que elijamos nos lleve a dónde queremos ir.
Gracias por leerme, hasta la próxima semana.