El domingo pasado tuvimos uno de los fenómenos más espectaculares que el espacio nos puede regalar. Por la noche compartía en mis redes una escena que me resultó tan fascinante como el mismo eclipse: un telescopio instalado en un cruce de calles y una larga fila de vecinos mirando al cielo, esperando con entusiasmo su turno para ver la luna ir desapareciendo ante la sombra de la tierra y terminar tiñéndose de rojo. Hoy quiero contarte un poco más sobre la historia de esa fotografía y del dueño de ese telescopio: Don Luis
Don Luis es un vecino de la colonia, por lo que sé es jubilado y solía dar clases de astronomía. Lo que lo hace especial es que es un entusiasta de ver las estrellas y le gusta compartir su pasión. Por ello cada vez que hay cielo despejado sale de su casa, se instala en la esquina adecuada y coloca su telescopio para ver a la luna, las estrellas o los planetas. Lo interesante es que no disfruta solo del espectáculo, sino que invita a todo aquel que pase por ahí a observar gratis. Se sienta junto a su telescopio, con su barba blanca y fumando su pipa, a esperar que alguien se deje convencer de detener su carrera para voltear a ver el cielo. Si te atreves a mirar por la lente, puedes descubrir a la luna brillante, a los anillos de Saturno o al planeta rojo. Si eres suficientemente curioso Don Luis te puede ayudar a tomar una foto que no parezca un puntito en el fondo oscuro, y si lo eres aún más puedes recibir una breve clase sobre el astro del día.
Don Luis es un personaje del barrio que descubrí casi tan pronto como me mudé. Me impresiona la tenacidad con que cada noche adecuada instala su telescopio y repite su invitación una y otra vez. Lo cierto es que la mayoría de las veces no recibe una respuesta positiva, la gente está demasiado ocupada para ver el cielo. Sin embargo, su pregón no pierde el ánimo y está ahí cada noche despejada. Desde cierta perspectiva se podría pensar que su labor es bastante fútil pues no gana ni siquiera unos pesos por ello, pero el domingo me pareció que aquel pequeño esfuerzo rendía sus frutos.
La noche del eclipse la fila frente al telescopio cubría una cuadra entera. Había de todo, niños en pijama, abuelitos bien abrigados, corredores y paseadores de perros, familias completas y algún otro solitario. Todos recordaron (o se encontraron) ese telescopio que les ha hecho una invitación tantas veces antes. Animados por la hermosura del espectáculo celeste, compartimos un momento en que dejamos de ser todos tan extraños y nos convertimos en un grupo de observadores del espacio. Una comunidad que conversaba, que reflexionaba junta, que se asombraba de la enrojecida esfera sobre nosotros, y compartía lo poco o mucho que sabía.
Me gusta pensar que Don Luis nos ha educado a todos en el gusto por ver el espacio, de a poco, uno a uno, noche a noche. Es posible que muchos olvidaran el placer de ver los astros cuando volvieron a su rutina al día siguiente. Pero por una noche una pasión personal agrupó una comunidad y se convirtió un punto de unión que hizo salir a tantas personas para compartir un fenómeno que sucede tan de vez en cuando.
A veces podemos subestimar el impacto que tenemos en nuestro entorno y el rol que jugamos en nuestra comunidad. Los pequeños esfuerzos parecen esfumarse entre la nada y la prisa del trajín diario. Pero todos tenemos la capacidad de generar un cambio, todos transformamos a aquellos que nos rodean e impactamos en los otros más de lo que muchas veces somos conscientes. La invitación de esta historia es que nunca subestimes el liderazgo que ejerces, nunca hagas menos lo que tú puedes cambiar de tu entorno, porque el compartir en comunidad lo enriquece todo.
Gracias por leerme, hasta la próxima semana