¡De regreso en mi querida Ciudad de México! Siempre he sabido que soy una chica de ciudad, aun con todos sus problemas me gusta mucho la vida urbana. Sin embargo, cada vez que salgo me doy cuenta de cuan diferente es el ritmo de otros lugares comparados con el de nuestra alocada metrópoli. Mientras estoy fuera siempre me llama la atención lo diferente que se percibe el tiempo, no sólo por el hecho de tener un horario muy distinto (más cuando uno está de vacaciones), sino porque las horas transcurren de una forma muy diferente. Para los que vivimos en la ciudad siempre hay una carrera contra reloj, solemos estar apurados todo el tiempo y parece que cada minuto se atropella con el anterior. Mientras que en otros lugares el ritmo de vida se rige por otros factores, y tomar las cosas con calma es parte del día a día.
Eso no significa que uno sea mejor que otro, en realidad cuál se adecua más a nosotros depende más de nuestras inclinaciones personales y de la forma en que visualizamos nuestro tiempo. Lo interesante es que para todas las latitudes la cantidad de horas al día es exactamente la misma, pese a esto la forma en que se entiende el tiempo puede ser muy diferente. Lo que pensamos alrededor de algo determina en muchos sentidos como lo percibimos y el tiempo no es la excepción. Las creencias que albergamos sobre él nos hacen vivirlo de una manera en particular. Si creemos que es un recurso escaso que nunca alcanza para nada, es muy probable que eso sea cierto para nosotros, pero si creemos el tiempo es suficiente y que siempre se puede ajustar, también es muy probable que así sea.
Un buen ejemplo de esto es la manera en que vemos el cierre del año, para muchos este último trimestre del año ya no alcanza para hacer casi nada, pero para otros aun hay mucho que hacer antes del 31 de diciembre. También podemos pensar en las veces en que estamos haciendo algo que realmente nos gusta, en el que no importa el tiempo transcurrido nosotros nos mantenemos en el “flujo” de la tarea y hay esa sensación justamente de perder la noción del tiempo. Por otra parte, puedes pensar en aquellos momentos en que te has encontrado haciendo algo que no deseabas en las que seguramente las manecillas del reloj parecían no querer moverse. En los dos casos el reloj seguía moviéndose al mismo ritmo, pero la percepción que se tiene es totalmente distinta.
La forma en que medimos el tiempo es completamente arbitraria, pero la forma en que lo percibimos depende de como lo utilizamos y lo que pensamos sobre él. Cabe decir que no siempre somos conscientes de cuales son nuestras creencias sobre un tema, sobre todo si es algo tan cotidiano como el tiempo. Por ello vale la pena tomarse un momento para observarlas. Para eso puedes preguntarte ¿Qué sueles decir sobre el tiempo? Si el tiempo fuera una persona ¿De qué manera del hablas? ¿Sueles insultarlo o por el contrario le hablas con cordialidad? Si fuera un amigo ¿Le gustaría estar contigo? ¿Se siente valorado? al principio puede parecer extraño, pero piensa que la manera en que te relacionas con el tiempo determina en muchos sentidos de cómo lo tratas, pues son esas creencias las que influyen en el uso que haces de él y cómo lo administras.
Recuerda que lo importante de estos ejercicios es traer al consciente aquello que damos por hecho, no para juzgarlo sino para entenderlo. El proceso de autoconocimiento te permite observar a fondo tu entramado de creencias y sobre todo hacer los cambios que consideres necesarios, si es el caso. El tiempo no es bueno, ni malo, es un recurso que todos tenemos por igual, el uso que hacemos de él cambia conforme cambia nuestra percepción. No es igual la idea de tiempo que tiene un niño de 5 años que la que tiene una persona de 70 años. Es tiempo es suficiente o escaso de acuerdo con lo que decidimos nosotros, con la forma en que lo entendemos y la manera en que lo utilizamos. Haz la prueba por un día decide que el tiempo que tienes será suficiente para todo lo que quieres hacer y observa qué cambia en la manera que los vives.
Gracias por leerme, hasta la próxima semana