Hace un par de semanas tuve la oportunidad de facilitar una sesión para una organización, el objetivo era invitarlos a trabajar en equipo y obtener información de aquello que ellos consideraban que no estaba funcionando. Uno de los descubrimientos más interesantes que encontramos fue la percepción que tenían los colaboradores respecto al crecimiento de la organización, para ellos el desarrollo que habían tenido los había hecho perder el trato caluroso que percibían. Tenían una idea nostálgica e idealizada del pasado y una mala percepción de las condiciones actuales en las que identificaban únicamente las desventajas, pero no podían observar los beneficios que habían ganado con el cambio. Su resistencia generaba entonces obstáculos en lugar de oportunidades y aun cuando las condiciones habían mejorado, la percepción al respecto no coincidía.
Hacer cambios es complejo, aun cuando tu mismo has decidido comenzar nuevos hábitos o transformar tu día a día, es muy posible que te encuentres con cierta resistencia. Esto puede ser aun más intenso cuando el cambio se da por situaciones externas y no por una decisión personal. Cuando las cosas cambian en tu entorno sin previo aviso, es difícil asumir el cambio como un proceso o una oportunidad. Tu primer sentimiento es sin duda el de rechazo y puede que sientas una gran nostalgia por tus condiciones pasadas, lo que no te permite ver el presente con suficiente objetividad.
Asumir un cambio requiere un proceso, y mucho trabajo interno, implica alinear tus expectativas y tener claridad entre las cosas que puedes y no puedes controlar. Es normal sentir añoranza por las circunstancias pasadas, sin embargo, no puedes quedarte ahí, pues de esa forma no lograrás asumir el presente. Por ello es necesario pasar a hacer un análisis sobre las cosas que puedes y tienes que soltar y aquellas que vale la pena mantener. Cómo comentamos en un artículo anterior todo cambio implica una pérdida, y eso significa vivir un proceso de luto en que podamos dejar aquello que ya no es, pero también poder ver las lecciones, personas o herramientas que ese pasado nos dejó y que ahora podemos utilizar para enfrentar el nuevo cambio.
Los cambios nos hacen perder la sensación de seguridad y esa es una de las causas más fuertes de resistencia, la incertidumbre que nos generan es proporcional a la cantidad de información con la que contemos. Por ello, una forma de ayudarnos a manejar un cambio es buscar información al respecto, es posible que muchos de nuestros miedos no tengan fundamento y podamos descartarlos si contamos con el conocimiento necesario. Tener los elementos para entender lo que sucede a nuestro alrededor, los cambios que ello implica y cómo nos afecta a nivel personal es una forma de disminuir la inseguridad que generan.
La comunicación es otro punto clave cuando algo cambia a nuestro alrededor. Ser honesto contigo mismo y con los demás sobre las emociones que te produce, las dudas e inseguridades que te genera y las incomodidades que te hace sentir, te ayuda a poder asimilarlas de mejor manera, encontrar las herramientas necesarias para afrontarlas, y saber si en algún momento es necesario pedir ayuda.
Es importante entender que el cambio es una constante, nos modificamos continuamente y nuestro entorno se modifica aun más. Una de las habilidades más necesarias en el siglo XXI es justamente nuestra capacidad de adaptarnos al cambio, es ella la que nos permitirá sacar provecho a los avances del mundo y a su vez poder responder a nuestras necesidades y las del contexto. A lo largo de nuestra vida atravesamos por muchos cambios, algunos son nuestra decisión y otros muchos no lo son. Aprender a dejar ir aquello que ya no es, recuperar lo valioso y movernos hacia el presente te ayudará a generar una mejor relación con el cambio y a ver las transformaciones como nuevas oportunidades.
Gracias por leerme, hasta la próxima semana 🙂