Hace algunos años un amigo me contó que quería escribir un libro, estaba muy ilusionado y tenía grandes ideas respecto a lo que quería plasmar. Estaba convencido de que su idea era sin duda mejor a cualquier cosa que hubiese en ese momento en el mercado y estaba decidido de que sería un gran éxito. Comenzó a escribir con gran entusiasmo, pero a los pocos meses descartó lo que llevaba escrito y volvió a empezar. Su argumento fue que lo que tenía en papel no era tan bueno como lo que él imaginaba en su cabeza y su gran idea merecía estar plasmada de la mejor manera. Eventualmente consiguió escribir dos nuevos capítulos, pero cada vez que le preguntabas cuando pasaría a escribir el tercer capítulo, él respondía que aun necesitaba trabajar más en los dos primeros, que aun necesitaban editarse. Revisó tantas veces ese borrador que con el tiempo la idea original se desdibujó en su intento de escribir un texto perfecto y como era de esperar el libro nunca salió de la computadora.
Querer lograr la perfección en un proyecto muchas veces es una forma de ocultar el miedo a que aquello que hacemos no sea tan bueno como nosotros creemos. El miedo es una parte natural de todo proceso de cambio y de todo proceso creativo. Muchas veces cuando iniciamos un proyecto tenemos muchas ideas o expectativas respecto a este y a sus resultados. Sin embargo, conforme vamos avanzando podemos toparnos con que cumplir con dichas expectativas puede no ser tan simple, sobre todo si lo que estamos haciendo será observado y juzgado por otros. Es entonces cuando comenzamos a dudar de lo que estamos construyendo y cómo mi amigo aplazamos el proyecto con el pretexto de buscar su perfección.
De esta forma el miedo a equivocarnos puede ser paralizante, sobre todo porque hemos ido aprendiendo que el error siempre es malo y debemos evitarlo a toda costa. Desde que estamos en la escuela nos enseñan que cometer errores implica un juicio negativo, los taches rojos en los cuadernos representan esa percepción que con el tiempo nos condiciona a entender el error no cómo una parte del proceso de aprendizaje y del crecimiento, sino como un motivo de vergüenza que cuestiona nuestras capacidades y nuestra inteligencia. Pero lo cierto es que el error es parte de todo proceso y tener miedo a equivocarnos puede privarnos de grandes experiencias y de muchos aprendizajes.
El perfeccionismo no es más que una forma de disfrazar nuestro miedo al fracaso y al error. Sin embargo, siempre es mejor hecho que perfecto. Esto no significa que no busquemos hacer cosas de calidad, pero sí implica ser conscientes de que equivocarnos es parte de proceso de aprendizaje y que es precisamente gracias a eso que podemos crecer. Cualquier proyecto que emprendamos tiene un margen de error que nos permite evolucionar, estar dispuestos a asumir ese riesgo a equivocarnos evita que caigamos en la trampa del perfeccionismo, pues después del todo las mejores experiencias y aprendizajes siempre están de otro lado del miedo.
Gracias por leerme, hasta la próxima semana