El fin de semana mi pequeño Gin fue al veterinario para ser esterilizado. Todo salió bien, pero, como era de esperarse, los siguientes días fueron una pequeña batalla para hacer que el pobre gato se resistiera a jugar y correr por la casa como de costumbre. Ello me hizo pasar un par de días con un gato súper incómodo que me miraba con recelo, enojado conmigo por no dejarlo moverse (y lamerse) libremente. Huir de la incomodidad, y de cualquier cosa que nos haga sentir incómodos, es un instinto muy básico y es parte de nuestra naturaleza en cierto sentido. Sin embargo, sentirse así no es necesariamente una tragedia y nuestro afán de evitar esa sensación de malestar puede estar alejándonos de grandes oportunidades y beneficios, cómo en el caso de Gin, cuya urgencia de sentirse libre lo aleja de asegurar que una herida sane correctamente.
Aunque no lo parezca, sentirnos incómodos es nuestro primer motor para el cambio. Por ejemplo, cuando estamos en el vientre materno, todo es perfecto y cómodo, no nos hace falta absolutamente nada y somos proveídos de todo cuanto necesitamos sin siquiera esforzarnos; estamos perfectamente acomodados en una zona de confort. Entonces, ¿por qué salir de ahí? La respuesta es simple: comenzamos a sentirnos incómodos. Al alcanzar los nueve meses de gestación nuestro pequeño paraíso ya no se siente tan perfecto, comenzamos a estar apretados y después de un tiempo algo en nosotros hace que nos demos cuenta de que debemos de salir de ahí. Es entonces cuando el milagro de nuestro nacimiento comienza y cambiamos nuestro pequeño y confortable mundo por uno no tan confortable, pero mucho más grande y emocionante sin duda. Así funciona nuestra zona de confort, nos mantiene a salvo y nos provee de lo que necesitamos por un momento. Pero, si permanecemos demasiado tiempo en ella, nos perdemos de la maravilla de vivir.
Sentirse incómodo es un buen indicador de crecimiento, pues nos hace saber que algo no está pasando cómo de costumbre y por consiguiente necesitamos adquirir un nuevo conocimiento o una nueva habilidad. Si bien nuestra zona de confort nos ayuda a sentirnos seguros, a la larga limita nuestra capacidad de crecer y de descubrir nuevas cosas. Si nos mantenemos siempre haciendo aquello que nos es conocido y que dominamos la probabilidad de que nuestras habilidades crezcan es muy baja. Para aprender algo nuevo, o desarrollar un talento, es necesario ponerse en una posición que te haga sentir incómodo. Salir de tu zona de confort implica irremediablemente que podemos cometer errores, que está vez no tenemos todas las respuestas y tendremos que responder ante la incertidumbre. Y ésta es la razón por la que muchas personas prefieren quedarse en aquello que les es conocido y perciben cómo seguro, pues lo que hay del otro lado de la zona de confort es una como tierra salvaje llena de peligros y oscuridad. Sin embargo, ese lugar sin conquistar también puede ser un gran descubrimiento y un nuevo paraíso.
Decidirse a salir de la zona de confort no es fácil, pues implica mucha resistencia y miedo. A veces son factores externos (cómo quedarse sin trabajo) los que nos obligan a abandonarla, pues es muy simple construir escusas totalmente razonables para no intentarlo. Cómo dice Jen Sincero, en su libro You’re a badass (2013), “Las paredes de tú zona de confort están amorosamente decoradas con tu colección de escusas favoritas”, y recurrimos a ellas con mucha frecuencia. El problema es que al hacerlo estamos limitando nuestro potencial y aquellas cosas que podríamos descubrir de nosotros mismos al intentar algo nuevo. Desarrollarnos al máximo implica ponernos en situaciones que nos reten y nos permitan construir nuevas estructuras mentales de alguna manera, de forma que nuestro cerebro haga nuevas conexiones neuronales que le ayuden a aumentar sus capacidades.
Si consideramos que el mundo en el que vivimos se mueve a pasos agigantados, y se encuentra en un cambio constante con los avances científicos y tecnológicos, nuestro conocimiento, y en consecuencia nuestra zona de confort, tiene una validez limitada en el tiempo. Por lo que hoy más que nunca debemos aprender a vivir manejando la incertidumbre y generando una nueva actitud ante el cambio. Para ello es necesario acostumbrarnos a sentirnos incómodos y salir constantemente de nuestra zona de confort, para responder ante los retos externos, pero también para poder expresar lo mejor de nosotros mismos.
¿Qué tan seguidos sales de tu zona de confort?
Gracias por leerme, hasta la próxima semana