Estamos ya casi por terminar enero y, aunque parezca increíble, hemos superado el primer mes del año. Para cerrar este mes, hace unos días decidí ir a tomar una clase muestra de yoga, pues uno de mis propósitos para este 2018 es mejorar mi condición física. Hacía mucho tiempo que no tomaba una de esas y el resultado fue por lo más divertido, pues no sólo caí en cuenta de que mi flexibilidad no ha mejorado con los años, si no que además me tocó ser la nueva del salón que no tiene idea de la pose que sigue. La hora que duró la clase me la pasé alzando la cabeza cada vez que podía para poder ver al profesor y entender en dónde tenía que poner el pie y sobre todo para no equivocarme, de nuevo. Tuve que ser bastante paciente conmigo y recordar que era mi primera clase y qué, aunque la chica frente a mi pudiera estirarse cómo liga nadie esperaba que yo lo hiciera.
Debo decir que para el final de clase ya estaba más echa a la idea de que me seguiría equivocando varias veces más, pues equivocarse es inevitable si uno espera aprender algo nuevo. Reconocer el error como parte del aprendizaje suele ser complicado, pues con los años hemos relacionado el equivocarnos con emociones negativas que nos llevan a evitarlo todo lo posible. Sin embargo, esto no siempre ha sido así, cuando un niño pequeño aprende a caminar es irremediable que se caiga muchas veces antes de lograrlo por completo. La diferencia más sustancial es que, cuando un niño se cae, no se avergüenza por ello, no cree que jamás logrará caminar, tampoco lo considera el fin de sus oportunidades, ni se ve a sí mismo como un fracasado que no puede hacer nada bien. Cuando se cae puede que lloré un poco si el golpe fue fuerte, pero sin duda volverá a levantarse, seguirá intentando y seguirá cayéndose. En esa etapa el niño aun entiende el fallar cómo parte del proceso de aprender y no cómo algo que debe evitar a toda costa; esto lo introyectamos mucho más adelante.
Desde niños se nos enseña que equivocarse está mal, nuestro sistema educativo está enfocado en señalar el error cómo algo que debes evadir. Los enormes taches rojos en los cuadernos y en los exámenes son la marca universal que señala el error como una mancha imborrable y sobre todo indeseable. Pese a esto, grandes descubrimientos han surgido del error, muchos de los grandes inventos han llegado a serlo porque alguien estuvo dispuesto a equivocarse muchas veces hasta dar con la respuesta correcta. No obstante, aunque repetimos el lema “errar es humano”, no siempre estamos dispuestos a ser quienes nos equivocamos.
Personalmente creo que hoy más que nunca deberíamos reconciliarnos con la idea del fracaso y entender que equivocarse en sí mismo no es una tragedia, pues a partir de ello podemos lograr grandes aprendizajes y nuevas habilidades. Si no estamos dispuestos a equivocarnos, no construimos grandes sueños. Pasar a la acción irremediablemente nos lleva a cometer errores, por ello el error es parte del aprendizaje y del crecimiento que nos permite generar nuevas ideas y construir nuevos proyectos.
Tú, ¿estás dispuesto a equivocarte?
Gracias por leerme. Hasta la próxima semana.