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Dignidad Humana: La importancia de definir lo humano

“Nacemos humanos pero eso no basta: tenemos también que llegar a serlo” 

Fernando Savater

 

En la entrada anterior escribía sobre la importancia del factor humano ante los retos del futuro. Lo que nos llevaba a la gran interrogante sobre qué es lo que nos hace humanos, el primer paso para definirlo implica generar un concepto de humanidad. Lo cual permite entender a quién es aplicable los derechos y las características que asumimos como propias de la comunidad humana. Sin embargo, definir lo humano resulta una de las tareas más difíciles que se pueden emprender, pues más allá de las características biológicas propias de un homo sapiens sapiens, la humanidad posee muchos rostros.

Francisco Torralba inicia su libro ¿Qué es la dignidad humana? (2005) explicando un ejercicio muy interesante realizado con sus alumnos en el que comienza preguntándoles si es posible considerar un ser humano más digno que una lechuga. Ante una rotunda afirmación del grupo les pide argumenten de manera objetiva qué hace a un ser humano más digno que una lechuga. La discusión ejemplificada por Torralba muestra algunos de los argumentos básicos para definir lo humano: la racionalidad, la libertad, la vida emocional, la complejidad de pensamiento, etc. Sin embargo, muchos cabos quedan sueltos al confrontar dichos argumentos con condiciones muy específicas como la eutanasia, la guerra, las personas con discapacidad, entre otras. Torralba pregunta, por ejemplo, qué hace diferente a una persona parapléjica, en términos de lo que es capaz de hacer, de una lechuga.

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Su ejemplo, muestra que el concepto de lo humano puede ser abordado desde muchas aristas y se requiere ser cuidadoso al hacerlo. Pues ciertas ideas de humanidad han sido usadas para justificar y hacer lógicamente loables actos que hoy llamamos de lesa humanidad. En estos casos una parte de la población es excluida de la humanidad por tener ciertas características que no concordaban con un concepto de humanidad (como ser judío o pertenecer a una tribu específica), lo cual servía para validar las atrocidades cometidas en su contra.

Para evitar la exclusión a partir de una definición de lo humano, en su libro De la dignidad humana Thomas De Koninck (2006) propone ser conscientes del principio de reciprocidad, aquel que nos permite entender al otro como humano sin importar cuan diferente parezca (por su raza, etnia, religión, etc.), pues nos ayuda a entender al otro como humano en la medida que refleja nuestra propia humanidad. De esta forma “El otro tiene los mismos derechos que yo por el hecho de ser humano. En ese sentido uno no es más o menos <<humano>>” (p. 15). Entendemos así la existencia de algo que nos permite definirnos como pertenecientes a la comunidad humana, lo cual nos lleva a pensar que hay un valor intrínseco a cada persona por el hecho de ser humano.

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Esta idea de que existe un valor inherente a la persona ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad. Un buen ejemplo de esto es la tragedia de Antígona, escrita por Sófocles, en donde la joven defiende el derecho que tiene el cuerpo de su hermano Polinices a recibir sepultura aún en contra de la Ley de Creonte. Antígona sepulta a escondidas el cuerpo de su hermano, pero es capturada y condenada a ser sepultada viva. Sin embargo, ella defiende la integridad de su acto de desobediencia:

 

“Creonte.- ¿Y, a pesar de ello, te atreviste a transgredir estos decretos?

Antígona.- No fue Zeus el que los ha mandado publicar, ni la justicia que vive con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Estas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron. No iba yo a obtener castigo por ellas de parte de los dioses por miedo a la intención de hombre alguno. Sabía que iba a morir, ¿cómo no?, aun cuando tú no lo hubieras hecho pregonar. Y si muero antes de tiempo, yo lo llamo ganancia. Porque quien, como yo, viva entre desgracias sin cuento, ¿cómo no va a obtener provecho al morir? Así a mí no me supone pesar alcanzar este destino. Por el contrario, si hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces sí sentiría pesar. Ahora, en cambio, no me aflijo.”

(Sófocles, Trad. Assela Alamillo, 2008, p. 68)

La historia de Antígona muestra que, aun tratándose de un cadáver, la vida de Polinices tenía un valor intrínseco y por ello su cuerpo sin vida seguía siendo parte de la comunidad humana y como tal tenía derecho a la sepultura. Esto demuestra la existencia de una relación con el otro por el hecho de haber personas que le reconocen. Antígona reafirma el compromiso de “integrar en la comunidad humana a todos aquellos que tienen derecho a ello, en virtud de su humanidad” (De Koninck, 2006, p. 19), por lo que el concepto de humanidad busca ser lo más universal posible en cuanto su capacidad de integrar y evitar la exclusión de cualquier ser humano.

Lo humano entrelaza el valor intrínseco de cada persona, aquel que posee por el hecho de pertenecer a la comunidad humana, es decir: la Dignidad Humana. Un concepto que me ha resultado fascinante desde hace algunos años y del que me encantará compartirte en las siguientes entradas.

Muchas gracias por leerme, tú ¿Cómo responderías la pregunta de Torralba? ¿Es un ser humano es más digno que una lechuga? ¿Por qué?

¡Hasta la siguiente semana! o/

 

Referencias: 

  • De Koninck, Thomas (2006) De la dignidad humana Madrid: Publidisa
  • Sófocles, trad. Assela Alamillo (2008) Antígona Barcelona: RBA
  • Torralba, Francisco (2005) ¿Qué es la dignidad humana? Madrid:Herder